miércoles, 19 de marzo de 2008

Las fresas de Huelva

Se dice, se oye, se comenta...que la gente de Huelva (una de las ciudades más contaminadas de España y con una mayor tasa de cáncer y muertes prematuras también) siempre recomienda comer las fresas de Huelva y la fruta de un determinado margen al que le llegan menos los efluvios tóxicos y cancerígenos del polo petroquímico.



Seguimos sin ver ningún tipo de debate. Aquí hemos encontrado esta chapuza de debate-entrevista no interactiva del periódico Hoy. Que no se actualiza desde marzo del 2005, en la que no funcionan bien los enlaces y en la que para acceder a la entrevista donde está el meollo tienes que buscar varias veces. Y todo imaginamos que para hacerse con las búsquedas y seguir teniendo controlada la información que sale al exterior sobre la refinería extremeña. No obstante la intervención de Reyes González es bastante buena y han respetado muchas cosas importantes, no así la del señor pecero que sólo repite las consignas que le llegan de Gallardo y la Junta.

Vamos, otro lavado de cara para la galería. que mal huele todo esto. Y ZP a velas vir. Supongo que las uñas de todos están bien rapaditas esperando a que se pronuncie Medio Ambiente. Pues así estamos todos. esperando la mani del 20 en Mérida. Espero que sea sonada y no nos manden a los antidisturbios para criminalizar o inculpar a algún ciudadano amparado bajo el derecho a la libre expresión de sus ideas y pensamientos. Estaría de narices

Os dejo aquí un texto del mundo de 1999 sobre el Síndrome Tóxico de Huelva (STH)

http://www.elmundo.es/1999/02/10/opinion/10N0018.html

A PLENO SOL
JOSE ANTONIO GOMEZ MARIN

1 + 1 no son dos


El doctor López Rueda lucha hace tiempo en Huelva a brazo partido contra imponderables y ponderables. Sostiene -lo ha publicado en alguna revista médica de nota- que existe el que ha bautizado como STH o Síndrome Tóxico de Huelva provocado por químicos emanados del polo industrial que aflige a esa ciudad. Pero no le echan cuenta: ni caso. Lo que sí han hecho es nombrar, faltaría más, una comisión de expertos, pero ni siquiera consigue el médico que ese senadillo se explique en público. ¿Por qué no quieren hacerlo?, se pregunta el doctor. Consigno esa pregunta con el alma en un puño y no sin alguna cólera ante esa omnipotencia administrativa que es ya lo más parecido a la impunidad. Me envía mi doctor sus correos electrónicos y leyéndolos es como si escuchara el eco angustiado de quien vocea en el desierto la inminencia de la catástrofe. Conozco el síndrome. Todos somos alguna vez el doctor López Rueda, aunque la mayoría guarde silencio.
Qué cosas me cuenta el doctor. Hay sustancias, por ejemplo, que, aún teniendo un débil potencial estrogénico, enloquecen y se agigantan en contacto con los llamados nocivos sinérgicos hasta forzar la evidencia de que, según han demostrado los sabios, uno más uno no son ya dos sino, llegado el caso, hasta 1.600. Una sustancia llamada dioxina, por poner un caso, se ha infiltrado en la grasa de los osos polares incluso en regiones a las que el hombre ni siquera llegó aún. Por su parte, los caimanes machos de Florida, los pájaros que alegran los grandes lagos americanos y las nutrias de Colombia se afeminan por la vía rápida, según parece, por efecto de una cosa horrorosa que se llama policlorobifenilo: esos machos nacen sin testículos y dotados (es un decir) con micropenes de lo más esmirriado, al margen de otras características impropias de su sexo. ¡Y qué más da, después de todo! En la India (y esto ya no me lo dice mi doctor, sino que es, al parecer, un lugar común en la comunidad científica) nacen ¡150.000 hermafroditas al año!, previsiblemente como consecuencia de la acción de esos venenos taimados, silenciosos e invisibles, siempre negados de plano por el poder, por todos los poderes de la tierra, igual en Benarés que en Huelva, lo mismo en Ontario que en Cali, indiferentes al daño y la desgracia, atentos sólo a las irrecusables razones del dinero.


Ojalá el médico esté equivocado y lo del STH -una gota de agua con el síndrome del Golfo o con el de Vietnam, según él, y muy parecido al que desencadenó en Checoslovaquia, después de la invasión, cierta industria química soviética- resulte una falsa alarma. Pero la verdad es que cada día resulta menos de fiar ese poder encubridor que nunca lograré entender por qué se siente cómplice de cuantos disparates se le ponen por delante. En este caso, por ejemplo, a ver por qué manda callar, con la inevitable excusa de la discreción, en lugar de aclarar la cuestión con luz y taquígrafos. No sé, verdaderamente, si ese preocupado médico lleva o no lleva razón en su grave aviso. Lo que me preocupa es que uno y uno no sumen ya, eventualmente, dos.

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